Presidente Chaves: la prensa no se calla, el pueblo no se arrodilla

La Sala Constitucional ha hablado, y lo ha hecho con claridad: el Gobierno de Rodrigo Chaves ha violentado la libertad de prensa en Costa Rica en más de una ocasión. Lo que algunos intentaron maquillar como “mano dura” o “control del discurso” no es otra cosa que autoritarismo burdo, disfrazado de liderazgo. No nos engañemos: cuando un presidente ataca a los periodistas, no demuestra fuerza, demuestra miedo. Miedo a la verdad. Miedo a que lo vean sin el ropaje de propaganda. Miedo al pueblo informado.
El fallo de la Sala IV confirma lo que ya era evidente: este gobierno ha construido un aparato sistemático de intimidación, hostigamiento y descalificación hacia la prensa libre e independiente. No se trata de un incidente aislado. Es una estrategia deliberada para acallar las voces incómodas, para tapar los errores, para instalar el miedo como forma de control.
Y ante eso, no podemos quedarnos callados. Porque atacar a la prensa no es solo atacar a los periodistas: es atacar a todos los costarricenses. Defender la libertad de prensa es defender el derecho de cada ciudadano a saber cómo se administran las instituciones y qué se hace con su dinero, con su futuro. Un pueblo desinformado es un pueblo desprotegido, y un pueblo con miedo es presa fácil de los abusos del poder.
La libertad de expresión no se pide por favor, no se agradece como dádiva. Se exige. Se defiende. Se garantiza. Es el corazón mismo de la democracia. Y quien la pisotea, aunque lleve banda presidencial, se ubica en la trinchera equivocada de la historia.
Costa Rica, que durante décadas fue ejemplo de respeto a la prensa y a los derechos civiles, hoy ve su nombre manchado en los índices internacionales de libertad de prensa por culpa de un gobernante que no tolera ser cuestionado. Que lo sepa el país: este retroceso no es inevitable, ni debe ser aceptado con resignación.
La ciudadanía merece un gobierno que rinda cuentas, no que ataque a quienes hacen preguntas. Merece transparencia, no propaganda. Merece verdades, no teatros mediáticos.
Merece una oposición que defienda los derechos fundamentales en los que descansa nuestra paz social. Los amantes de la libertad no vamos a quedarnos cruzados de brazos mientras destruyen los cimientos de nuestra democracia. Hoy decimos alto y claro: una prensa libre no se arrodilla. Y un pueblo digno, tampoco.
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