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Todas las personas poseemos la capacidad de optar, elegir y tomar decisiones, a pesar de la historia familiar, social o económica.

La conciencia es el lenguaje interno natural; nos va indicando si estamos haciendo algo malo o bueno, al respecto San Agustín enseña que -“el libre albedrío fue concedido al hombre para que conquistara méritos, siendo bueno no por necesidad, sino por libre voluntad, …es soporte de todo el orden moral, el principio esencial de un mundo de valores superiores, y, por consiguiente, un grande bien”.

De cara a esas verdades cabe analizar las acciones que desde niños se asumen dentro y fuera de la familia. Además de los valores cotidianos en los hogares. Siendo este es lugar inicial donde aprendemos a comportanos.

En hogar e infancia se dan las primeras mentiras, golpes, gritos, manipulaciones, y agresión de manera esponténea y natural como mecanismos de ajuste, defensa y adaptación emocional.

Sin embargo con el mismo ritmo el ser humano va sintiendo el peso de la conciencia, manifestado en culpa, angustia, miedo y dolor, más allá de los regaños impuestos a los niños si rompen las reglas de vida.

Poderosa energia es la conciencia. Con ella un adolescente puede decir si lo impulsan a consumir drogas, o venderlas. Hacer bullying en su institución escolar. Tomar un arma para lastimar a sus compañeros de colegio. Matar como sicario por un poco plata. Robar a un adulto mayor. Manejar un carro a grandes velocidades por ganar un “´pique”  en las calles, aunque haya gente transitando y otros automoviles desplazandose.

Desde niños, siempre podemos optar. Hay un segundo para decidir entre el bien y el mal, nuestra naturaleza de bondad habla en ese instante. Pero, si la opción es el mal, inevitablemente debe haber sanción.

Nuestra obligación moral y social es devolver a la gente al orden social, y sobre todo a la bondad.

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