La verdadera deuda con la niñez costarricense

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La verdadera deuda con la niñez costarricense
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Han sido días tensos, donde la institucionalidad costarricense se ha puesto en entredicho, con justa razón. Algunos acusan al sistema de haberle fallado a Keibril y a su madre, una adolescente víctima de violencia sexual por parte de su padrastro; es posible que acciones oportunas hubieran evitado la tragedia que posteriormente se dio. El riesgo aquí es, sin embargo, quedarse en acusaciones a dedo, dimes y dirites, y centrarse, consecuentemente, en los fallos en las prácticas correctivas —y punitivas.

El apego afectivo es una necesidad básica del ser humano y de todos los mamíferos, entendido como un mecanismo de supervivencia en donde quienes se vinculan con otro individuo de su especie tienen más y mejores oportunidades de crecimiento y desarrollo. Específicamente en seres humanos, la teoría del vínculo expone que bajo estas condiciones se gozará de una mejor salud física y mental; caso contrario, se experimentará con más frecuencia de depresión, ansiedad, déficit atencional o ideas de muerte, entre muchos otros inconvenientes más.

Con los cambios de vida tan radicales en los últimos 50 años, es posible que esta capacidad se haya visto afectada de forma progresiva. Pensemos, por ejemplo, en las altas demandas laborales, el tiempo empleado en redes sociales, la tensión que generan los medios de transporte, la violencia en las calles y en los medios de comunicación. Este estrés acumulado es capaz de agotarnos mentalmente, al punto que nuestra capacidad de vinculación con hijos, pareja, familiares o amigos, puede verse severamente limitada. En el caso de los menores se propiciaría un estado de desnutrición emocional.

Entendido todo lo anterior, la principal deuda que Costa Rica tiene con su niñez es buscar mecanismos accesibles, coherentes, estables y bien ensamblados —no vulnerables a los mezquinos intereses políticos que se renuevan cada 4 años—, para trabajar el fortalecimiento de los vínculos afectivos paterno o materno con sus hijos o hijas. Esta debería ser una prioridad del gobierno. Es vital empezar a hablar del tema en escuelas y colegios, incluyéndolo en los planes de estudio, aplicando ejercicios y dinámicas conscientes que fortalezcan esta capacidad —al fin y al cabo, nos apegamos espontáneamente, por instinto. Existen además iniciativas como “Child First” en Estados Unidos, que cuentan con evidencia científica de que intervenciones con padres, madres e hijos son capaces de fortalecer estos lazos y de reducir la depresión en las mamás y los síntomas de hiperactividad, agresión y problemas de lenguaje en los hijos, lo que reduce el riesgo de recibir asistencia por parte de los servicios de protección de menores.

Recordemos, a fin de cuentas, son las medidas preventivas, no las correctivas, las que pueden generar mayores beneficios para los afectados. Bien lo dijo Frederick Douglas: “es más fácil construir hombres —y mujeres— fuertes, que reparar a aquellos dañados”.  

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