El valor de la esperanza

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El valor de la esperanza
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Decía Martin Luther King que “la esperanza les regala una invaluable paz a nuestros espíritus”. Este pensamiento no se vuelve más oportuno que durante las épocas navideñas, pues es un tiempo en que el valor de la esperanza recobra mayor sentido para poder enfrentar las vicisitudes existentes.

Por eso, precisamente, debemos hacer de esta Navidad un tiempo que nos invite a abrir nuestro corazón a la esperanza, pues ella es la principal virtud que se impone sobre el desánimo y el desaliento que nos podrían provocar las complejas situaciones actuales. Esperanza de que llegaremos a ser mejores ciudadanos, mejores profesionales, hijos, hermanos, compañeros, amigos…, esperanza de que llegaremos a ser mejores humanos.

Este requiere ser un esperanzador tiempo para hacer nacer, en cada uno de nosotros, el fortalecimiento de los valores éticos y espirituales, el deseo de trascendencia, las ansias de justicia y la renovación de nuestras vidas desde el amor, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la empatía, la fraternidad y el bien común, con el firme propósito de que ese espíritu de esperanza se vuelva una constante en nuestras vidas.

La Navidad, como lo afirmaba San Juan Pablo Segundo, tiene que ser “un auténtico acontecimiento espiritual de esperanza”; solamente así podremos rescatar de ella esa verdadera dimensión de reflexión y búsqueda interna y social que tanto requerimos en la actualidad.

Innegablemente nosotros podemos hacer, a pesar de estos tiempos tan complejos, que esta sea la mejor de las Navidades mediante la real conciencia de que las problemáticas nos dan la oportunidad única de descubrir, en la esperanza, ese cambio positivo tan necesario en nuestra dimensión esencial y humanista.

Ojalá que esa confianza por un mundo mejor, simbolizado en el nacimiento de ese gran héroe universal que fue Jesús, nos deje la perseverancia final de confiar firmemente en que la luz que debe iluminarnos, en todo complejo camino, debe ser la del valor de la esperanza.

Una esperanza que simboliza el recordatorio de que Jesús sigue viviendo entre nosotros: en la sonrisa e inocencia de un niño, en la magia de un amanecer, en el consuelo de un enfermo o un desamparado, en los alimentos de cada día, en el abrazo de una madre o un padre, en los pliegues de sabiduría de los ancianos o en nuestra capacidad de pensar y sentir…En fin, lo que verdaderamente se debe celebrar que es el que en nuestros corazones se alumbre, por siempre, la llegada del amor.

Hago mías, para ustedes estimados oyentes de Panorama, las palabras de San Juan Pablo Segundo: “¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en sus corazones, en sus familias y en todos los pueblos”.

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