El desafío de sostener la democracia en tiempos de tensión

Costa Rica atraviesa un periodo político marcado por una creciente crispación en el discurso público. En pleno año electoral, los signos de deterioro del clima democrático son evidentes: el lenguaje agresivo, la descalificación personal y el afán de confrontación se imponen por encima del diálogo sereno, del análisis racional y del respeto institucional. La polarización, lamentablemente, llegó para quedarse.
Lo que debería ser un momento para el intercambio de ideas y propuestas orientadas al bien común, se está convirtiendo en una arena donde predomina el espectáculo y la deslegitimación del otro. Hemos venido señalando el peligroso tono de las discusiones en los Poderes de la República, las cuales siguen escalando a niveles preocupantes, generando un ambiente en el cual se erosiona la confianza ciudadana en las instituciones.
Por supuesto que Costa Rica necesita una revisión profunda de su institucionalidad democrática. Los desafíos de representatividad, eficiencia estatal, transparencia y combate a la corrupción son reales y urgentes. Sin embargo, no se puede confundir la legítima crítica con el ataque sistemático o la destrucción institucional.
Todos deben reconocer que el populismo, en cualquiera de sus formas, no es una solución. Prometer respuestas simples a problemas complejos, apelar a la emocionalidad en lugar de la razón, dividir en lugar de unir, son señales de liderazgos que buscan el poder por el poder, como se ha visto en otras naciones.
La democracia no se sostiene únicamente con elecciones; requiere de un compromiso constante con los valores que la fundan: el respeto por la legalidad, la deliberación informada, la protección de los derechos fundamentales y la independencia de los poderes públicos. Debilitar esos pilares en nombre del cambio es correr el riesgo de que no quede nada que reconstruir.
En este contexto, el papel de los ciudadanos cobra un protagonismo esencial. No podemos ser meros espectadores de la degradación del debate público. Nos corresponde exigir altura en la discusión, pedir propuestas concretas, rechazar los discursos de odio y mantenernos vigilantes ante cualquier intento de manipulación que pretenda instrumentalizar nuestras emociones.
Costa Rica necesita una política que esté a la altura de su historia. Una política que edifique, no que divida; que proponga, no que destruya; que convoque, no que excluya. Esta es una oportunidad para reafirmar nuestro compromiso con la democracia.
Se necesitan en el país líderes con visión y ciudadanía con criterio. Que el ruido no nos haga perder el rumbo. Que la esperanza, basada en la razón y el respeto, sea más fuerte que la ira disfrazada de cambio.
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