Cuatro palabras y un destino

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Cuatro palabras y un destino
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¿Y cuáles son esas palabras capaces de depararnos un mejor destino? Ellas son libertad personal responsable, comprensión y verdad, respeto y tolerancia mutuos, paz y alegría. Estas palabras refuerzan la convivencia en la familia  y en el comportamiento social. Todos conocemos su valor y eficacia.

Tales palabras son el cimiento de las relaciones humanas, y nunca deben carecer de veracidad. Regla de oro de las relaciones humanas es decir y hacer las cosas con cariño. Cuando se viven así, triunfan la amistad, la generosidad y la gratitud. Tales relaciones fomentan, tanto en el hogar como en la vida social, la paz, ya sea que se den en la oficina, el trabajo, el centro educativo, en la Asamblea Legislativa, o en la calle.

Si en un recorrido histórico analizáramos cuáles son los personajes más sobresalientes de los últimos 200 años de independencia, probablemente estos podían ser los más destacados: en el siglo XIX, Juan Mora Fernández, Juan Mora Porras, José María Castro Madriz y Mauro Fernández. En el siglo XX, Ricardo Jiménez, Cleto González Víquez, Rafael Angel Calderón Guardia, Monseñor Víctor Manuel Sanabria, Manuel Mora y José Figueres Ferrer.

Y finales del siglo XIX, podemos incluir a Tomás Guardia, en cuya Constitución de 1871 se incluyó que la vida humana es inviolable, conquista hoy consagrada en el artículo 21 de la Constitución  Política de 1049. A veces, por falta de sentido histórico, echamos estas cosas al olvido. Pero volvamos a lo nuestro.

Un filósofo decía que con la palabra llamamos el mundo a la existencia; mas aquellas palabras olvidadas, deben persistir. Otro filósofo, Romano Guardini, profesor de la universidad alemana de Colonia, califica a la sociedad contemporánea, incluida la nuestra, como ávida de posesión y de mando. Esto mismo nos está invadiendo: nuestro pensamiento y conducta tienden a repetirlo. Ojalá la sed de hacer negocios y de consumismo actuales no terminen de invadirnos, pues así se pierde el interés por lo nuestro. Al contrario, abriguemos la esperanza de salirnos del ámbito de las cosas usuales que nos rodean: teléfono inteligente, computadoras, televisión, microondas, compras, casa…Por tanto, no olvidemos pasar al ámbito superior de la persona humana.

Le pregunté a una mujer muy crítica y objetiva si para ella se está perdiendo la palabra envolvente de la fe religiosa, y esta fue su respuesta: “Unos creen y otros se niegan a creer.  Admito que algunos no crean. Sin embargo, a unos y a otros los invito a llevar a Dios en la intimidad del corazón.

Este es el verdadero amanecer del hombre y el lenguaje del alma. Unos y otros podemos vivir unidos. Este es mi mayor deseo: saber que lo encontré y llevarlo en el corazón. Lo aceptemos o no, solo El sostiene el mundo”. Terminé pensando en el valor de las palabras.

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