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Desde niña tuve la suerte de leer incontables libros que mis padres me suministraron, para contribuir con mi formación. Soy una pensadora reflexiva, abierta, con capacidad para interpretar lo que un texto señale, no solo en tinta, sino también entre líneas.

Por eso me tomé el tiempo de leer las famosas “guías” incluidas en el Programa de Estudio de Afectividad y Sexualidad Integral, del Ministerio de Educación Pública.

En una sociedad como la nuestra, donde existen cientos de niños y niñas de padre ausente, las relaciones sexuales se inician prácticamente en la pubertad y hay tantos embarazos de adolescentes, además de violaciones, abandono, ignorancia, mujeres que procrean hijos con múltiples parejas; hombres que ven a las féminas solo como instrumentos de placer, resulta muy necesaria una educación sexual, que contemple con prioridad la dignidad, el respeto por sí y por los demás; el compromiso afectivo y la solidaridad, como elementos igualmente importantes que el placer erótico, la experimentación y la aceptación de la diversidad.

En algunas páginas de las “guías”, muchos de los aspectos citados anteriormente no se resaltan, pues se ha dado un enorme peso al concepto del uso corporal por razones meramente ligadas al placer físico, situación que podría  –contrario a lo que señalan sus defensores a ultranza- propiciar un materialismo exacerbado y un abandono del contenido espiritual que nos diferencia de los objetos inanimados  o de las máquinas. Placer por el mero placer, sin sustento afectivo, podría atentar aún más contra la responsabilidad individual, el cuidado personal, e incluso inferir en que las relaciones sexuales y los embarazos se produzcan todavía a menor edad, cuando ni siquiera el cuerpo –especialmente el de las adolescentes- esté preparado para ello.

Nada está escrito en piedra y si hay tantos reclamos de grupos y personas, lo lógico sería que las autoridades escuchen argumentos válidos -que no solo provienen de religiosos o fanáticos- e incorporen elementos que contribuyan a llenar vacíos existentes y a equilibrar el binomio materia-espíritu, que es el que nos da sentido como seres humanos.

¿O será que quienes dirigen la educación, desean imponernos su criterio a la fuerza, como ha sucedido en sistemas dictatoriales de derecha y de izquierda?

A Costa Rica no le van ni el libertinaje ateo ni la mojigatería inquisidora. El equilibrio ha sido siempre el norte que nos ha permitido progresar en paz y eso será lo que una vez más, marque la diferencia.

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