Nuestra Independencia: Del asueto a los gestos que sostienen el país

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Cada 15 de septiembre, encendemos faroles, escuchamos bandas y miramos la bandera ondear. Y nos preguntamos, con honestidad: ¿celebramos de verdad la independencia o solo aprovechamos el asueto? Este comentario propone algo sencillo: darle sentido al día de la independencia, con palabras claras y con la certeza de que la patria se construye con el aporte de toda la ciudadanía.

Para la niñez, la independencia es luz y juego. Es aprender que pertenecemos a algo más grande que uno mismo. Si de verdad queremos celebrarla, cuidemos su memoria con ejemplo: respeto en la fila, cariño en la casa, gratitud en la escuela.

Para la juventud, la independencia es pregunta y oportunidad. No basta el desfile si  cerramos puertas cuando de mejorarla se trata. Celebramos cuando hay becas, empleo digno, espacios para opinar sin miedo y participar en lo público. Independencia, para ellas y ellos, significa futuro creíble.

Para las personas adultas, la fecha es responsabilidad. Trabajar bien, honrar los compromisos, cumplir y exigir la ley, dialogar con atención, respeto y por supuesto sin insultos. La patria no solo se aplaude; se organiza con disciplina y se mejora con decisiones y acciones diarias: conducir con respeto, en las compras dar preferencia a los productos locales, hechos en Costa Rica, para apoyar y cuidar lo propio.

Para las personas mayores, la independencia es memoria viva: no solo grandes desfiles, sino también caminos, escuelas, colegios, cínica, hospitales construidos, y esfuerzos compartidos. Hoy les toca ser el puente, que deja pasar la antorcha de los valores sin quedarse atrapados en la nostalgia, y el revanchismo.

También están las miradas diversas que enriquecen el país: pueblos indígenas y afrodescendientes, comunidades rurales y urbanas, personas migrantes que ya hacen patria aquí. La independencia se vuelve real cuando todas estas voces caben, cuentan y son tratadas con dignidad.

Entonces, ¿cómo se nota que celebramos de verdad? Cuando convertimos los símbolos en gestos patentes: adornar casas y edificios con la bandera tricolor barrer el frente de la casa; tender la mano a quien lo necesita; conversar con calma, aunque pensemos distinto; sembrar un árbol y cuidarlo; agradecer el trabajo ajeno; respetar la fila, el semáforo y la palabra dada. Este es el idioma sencillo de la ciudadanía que dice presente a la Patria.

Pero la independencia no es un recuerdo guardado en la vitrina que luce los colores patrios y que se limita solo a una fecha en el calendario. Es una tarea diaria: educar mejor, convivir mejor, producir con honestidad y proteger la vida en común.

Este 15 de septiembre, hagamos algo concreto y cercano: escuchemos a una persona mayor y registremos su historia; animemos a una joven o a un joven a seguir estudiando; apoyemos un emprendimiento local; participemos en una actividad del barrio; conversemos sin gritar sobre un tema país. Encendamos y hagamos que la antorcha irradie la luz por dentro. Que cada quien, desde su edad y su oficio, ponga una luz donde haga falta. Así, la independencia deja de ser solo un día libre y se convierte en una promesa compartida.

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