Entre el ejemplo y la advertencia: Costa Rica y el desafío democrático del 2026

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Entre el ejemplo y la advertencia: Costa Rica y el desafío democrático del 2026
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América Latina vive tiempos complejos. Países hermanos enfrentan crisis políticas, que parecen repetirse en ciclos de inestabilidad, desconfianza y fractura institucional. En el caso de Perú, la sucesión acelerada de presidentes en pocos años, refleja un sistema que ha perdido la brújula del diálogo. En El Salvador, un liderazgo fuerte, aunque popular, ha concentrado el poder de forma preocupante. En Colombia y Argentina, las tensiones sociales y la polarización muestran que la democracia puede ser frágil cuando no se cuida, cuando se convierte en una competencia de odios y no en un espacio de construcción común.

Costa Rica, aún percibido como un país con una democracia sólida, no está al margen de estos fenómenos. Nos acercamos a las elecciones del 2026 en medio de señales de alerta: creciente desafección ciudadana, deterioro del lenguaje público, enfrentamientos innecesarios, y un discurso político que muchas veces apela a la desconfianza, más que a la esperanza. En este contexto, no basta con celebrar que tenemos elecciones libres: necesitamos preguntarnos qué clase de democracia estamos construyendo y hacia dónde queremos caminar como país.

Nuestro modelo institucional, con las debilidades propias de un sistema dinámico, ha sido un ejemplo durante décadas. Contamos con un Tribunal Supremo de Elecciones reconocido, libertad de prensa, educación universal y una sociedad civil que ha sabido organizarse para defender sus derechos. Pero si estas fortalezas no se actualizan, si no se sostienen con una amplia participación, compromiso y diálogo, pueden volverse muy frágiles. La democracia, costarricenses, no se destruye de golpe: se desgasta en la desidia, en el cinismo y en la exclusión de quienes piensan distinto.

Hoy más que nunca, debemos evitar caer en la perversa lógica del “todo o nada”. Costa Rica no necesita mesías, ni héroes políticos, ni salvadores. Necesita instituciones fuertes, líderes responsables con una clara visión de país, una ciudadanía activa y comprometida. Necesitamos entender que ningún cambio verdadero puede darse sin la participación de toda la ciudadanía. Y que la política no debe ser un campo de batalla entre enemigos, sino un espacio para el consenso, el acuerdo, la convergencia, la construcción y el respeto.

Por eso, el llamado de atención ha de ser claro: informémonos con responsabilidad. Escuchemos al otro con apertura. Participemos con espíritu constructivo. Exijamos transparencia a quienes aspiran a representarnos. Recuperemos la ética pública y el sentido comunitario. No permitamos que el ruido o la desesperanza nos roben lo que con tanto esfuerzo hemos edificado.

América Latina nos muestra ejemplos y advertencias. Costa Rica como colectivo amplio y ferviente amoroso de la paz y la democracia, ha de elegir sabiamente qué camino seguir.

El 2026 puede ser un punto de inflexión, o una oportunidad para fortalecer lo que nos hace únicos. Dependerá de nuestra capacidad de actuar, de escuchar, de construir juntos. Porque la democracia no se hereda: se defiende y se renueva cada día, con la voz, el corazón y la conciencia del pueblo.

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