Y aún así hay que votar

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Y aún así hay que votar
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Ningún candidato me gusta, es una frase que se escucha con muchísima frecuencia, y aún así hay que votar. Alrededor de un 40 % dice que no lo hará o que no sabe por quien hacerlo. Es posible, además, que entre los ya decididos, su opción no esté definida en piedra. Más que el malestar con la Política, la razón hay que buscarla en la falta de entusiasmo que generan los candidatos. Soy consciente de que digo una obviedad. Lo que es patológico es la dificultad de los equipos de campaña y de los distintos analistas y comentaristas de medios, para admitir esto sin recetarle a la ciudadanía un sermón sobre civismo, culpando al votante de una supuesta falta de responsabilidad democrática.

La gente se hartó y tiene razón, y si no estalla como en otros países es por 2 motivos muy propios del momento actual y del ser costarricense. El primero es que, en general, no somos conscientes de la crisis que se está gestando. Somos como la rana que se pone en un recipiente con agua que se calienta poco a poco hasta que el bicho se cuece sin reaccionar.

La segunda es que la cultura cívica del costarricense sigue siendo mayoritaria, y a pesar de que estudios confirman el malestar y el crecimiento de la preferencia por opciones autoritarias, aún creemos en «darle el beneficio de la duda» a las instituciones.

Dicho esto, no quisiera ser otro más regañando a una ciudadanía justificadamente desconfiada. Yo también creo que los políticos y los partidos están absortos en un estado de ensimismamiento reprochable, que sus campañas son un desperdicio de recursos botados en mensajes que tratan con condescendencia a la ciudadanía, o que tratan de explotar su enojo con el Sistema. A estas alturas ningún candidato emociona y la ciudadanía no es la culpable.

Sin embargo, en pocos días hay elecciones legislativas y presidenciales, y no sólo hay que votar sino que hay que intentar escoger una opción satisfactoria, a sabiendas de que ninguna lo es en un 100%. Pues bien, consecuente con este enfoque, yo sugeriría 2 cosas. La primera es dejar a un lado la actitud dramática con la que juzgamos la situación del país. Evitemos la exageración y el morbo, y tratemos de ser razonables. No nos perdamos en las «metidas de pata» de las campañas, que nada dicen sobre la capacidad de gobernar de los candidatos.

La segunda es dejar de preguntarnos cuál es el político que puede «enderezar la cosa», «corregir el rumbo» o cualquier frase salvadora o mesiánica del mismo género. Démosle vuelta al asunto, y con la esperanza de que el mundo de la política, que incluye pero va más allá de la partidos pues incluye a toda la Sociedad, entienda alguna vez qué significa y qué implica esto de que la transformación de Costa Rica requiere de un acuerdo-País, busquemos entonces aquella opción que creamos que reúne las condiciones para evitar que Costa Rica se descomponga más.

 

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