Semana Mayor

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Para los creyentes en un sólo Dios verdadero, es inherente la venida del Salvador a la Tierra, el Hijo de Dios hecho hombre Jesucristo quien, junto al Espíritu Santo, establecen el Misterio del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas en una esencia y un solo Dios, Trino inmaculado del Amor, la Creación y la Vida Eterna.

Con la venida del Salvador Jesucristo, el Ungido, el Mesías, la historia de la humanidad vive un antes y un después de Cristo, un antes y un después venerable, inobjetable, inapelable y glorioso, un antes y un después, que ni las filosofías autodenominadas “progres”, podrán borrar de la espiritualidad y de la fe inquebrantable de los cristianos.

El amor de Dios por la humanidad, que sobrepasa todo entendimiento, quien envió a su Hijo Jesucristo el Maestro, a enseñar el amor de Dios, a amar a tu prójimo como a ti mismo, a sanar a los enfermos, multiplicar los panes, resucitar de entre los muertos, a fortalecer la fe en Dios y lavar con su sangre los pecados del hombre.

En ésta Semana Mayor, Semana Santa, se conmemora una vez más, La Pasión y Muerte de Jesucristo en una cruz, pero sobre todo su resurrección al tercer día. La enseñanza, el sacrificio de Jesucristo por amor a la humanidad y vencer la muerte al tercer día, nos conduce a reflexionar profundamente en el Misterio de la Salvación Espiritual.

Reflexión sobre la Salvación Espiritual que, sin duda alguna, está íntimamente relacionada a una vida terrenal rica en amor y servicio al prójimo, una vida inmersa en los valores inmutables como el amor, la honestidad, respeto a la vida, a la verdad, respeto a la propiedad y al derecho ajeno, a la paz y a la justicia social.

En estos días de paz, recogimiento y reflexión, es necesario una mirada cristiana sobre las necesidades del prójimo y generosamente ayudar, el entorno familiar debe fortalecerse con amor, respeto y valores, es urgente aquella mirada cristiana sobre la educación de la juventud y brindarles oportunidades de progreso y seguridad.

La Semana Mayor brinda la oportunidad de dimensionar la grandeza del amor de Dios, al ofrecer perdón ante el arrepentimiento, al brindar progreso ante la generosidad, al ofrecer sabiduría y grandeza ante la humildad, Dios brinda esperanza ante la fe en Él.

Si la falaz autosuficiencia del hombre no permite la humildad de creer en Dios, ni reconocer que aún en las situaciones más difíciles hay una salida, la vida se vuelve pesada inmanejable.  Sin embargo, el creyente con fe, deposita la carga que le agobia en las manos de Dios, lo que aliviana la vida, otorga esperanza y paz.

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