No dejemos que se seque el pozo.

Inauguración Acueducto Sardinal, El Coco, Ocotal_Presidente Carlos Alvarado Quesada_Foto Julieth Méndez_01/03/2019_
Panorama Digital
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No dejemos que se seque el pozo.
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En 1961, el entonces presidente Mario Echandi oficializó la creación del Instituto Costarricense de Acueductos y Alcantarillados (AyA). En ese momento, la población costarricense apenas superaba el millón de personas y solo un 39% recibía agua por tubería en sus casas. La visionaria decisión de Echandi, 60 años después, nos permite tener un 97% de cobertura del servicio de agua en todo el país, en una ruta construida sobre el esfuerzo sostenido de cientos de funcionarios que hoy dejan un valioso legado, reflejado en la salud, el bienestar y el desarrollo logrado por nuestra nación en estas seis décadas.

Este miércoles 14 de abril, el AyA llega a su aniversario luego de sufrir la mayor crisis que ha tenido en su historia, enmarcada en una pandemia y disparada por un desgaste en su modelo de gestión, a lo que se suman riesgos que amenazan el líquido: como la escasez, la contaminación y la sobreexplotación, y con otros retos planteados por el crecimiento de la población, la disminución en los ingresos y la exigencia cada vez mayor para renovar o construir nuevos sistemas, ya sean de agua o de alcantarillado sanitario.

Para enfrentar estos desafíos, un hito nos motiva a replantear el camino: Costa Rica llega a sus 200 años y, como regalo a las próximas generaciones, desde el AyA queremos comprometernos a iniciar procesos profundos de mejora con el fin de garantizar que seguiremos aquí muchas décadas más.

Somos agua, somos el ingrediente principal para la vida y somos parte del Estado solidario que nos permite disfrutar una Costa Rica donde gran parte de la población tiene acceso a los servicios básicos, con tarifas accesibles, a pesar de que algunos detractores quieren convencernos de lo contrario.

Dice un conocido proverbio inglés: “No se aprecia el valor del agua hasta que se seca el pozo”. Hoy la realidad nos acerca a ese final y nos obliga a preguntarnos: ¿qué haríamos sin agua?

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