Las raíces de una sociedad que se pierde

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Las raíces de una sociedad que se pierde
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La violencia que vivimos en Costa Rica se salió de las manos. Lo hemos dicho y se ha comentado en muchas instancias. El grado de emergencia nacional en que nos encontramos nos preocupa a todos y nos pone en estado de vulnerabilidad. Las cifras hablan por sí solas del nivel de deterioro en que ha caído nuestra sociedad y del nivel que ha alcanzado la criminalidad.

Tras muchas alertas, parece que nadie puso atención para detener lo que hoy enfrentamos: el récord de homicidios, el alcance de la violencia, la penetración en casi todos los cantones de nuestra nación. Todo ello habla de una sociedad que se pierde.

Sin embargo, más allá de la ausencia de políticas eficientes de seguridad ciudadana o de políticas insuficientes para detener la criminalidad o incluso para la reprensión de la delincuencia, tenemos que poner las barbas en remojo y saber dónde están las raíces de este deterioro social.

Gran parte de las consecuencias negativas que vemos hoy en día, se debe a la falta de los valores que caracterizaron a nuestro país, a la pérdida de estos y al sometimiento ante muchas ideologías que han querido borrarlos de la sociedad. Además, desde hace mucho tiempo atrás, hemos venido perdiendo los valores desde la familia, y hemos dejado esta institución medular de lado en nuestra nación. Lamentablemente, la familia ya no es prioritaria, parece que se quiere borrar el hecho de que es la célula fundamental de la sociedad.

Asimismo, los valores los hemos descuidado también en nuestro sistema educativo, parece que con el fin de privilegiar el rendimiento académico u otras actitudes de la persona humana. Si los valores no se cultivan desde la niñez y adolescencia, caminamos hacia una sociedad desprovista de raíces sólidas para su conformación.

Claro que las causas de la criminalidad son muchas. Claro que son variados los focos posibles de penetración del crimen organizado. Pero, tenemos que hacer un esfuerzo mayor, no se trata solo de endurecer penas o de dotar de más recursos a nuestra policía; todo eso ayuda… sin embargo, debemos volver la mirada a nuestras raíces y valores para una transformación más integral sobre lo que acontece en nuestras comunidades.

Es desde la familia y la educación, desde el arraigo de valores estables que nos doten de una fuerte identidad, desde el apego y aprecio por la dignidad humana que podremos cambiar el rumbo de lo que hoy vemos y garantizar un mejor futuro para el país.

Tampoco dejemos de lado a Dios: nuestro país se ha caracterizado por su firme creencia en Dios; abramos un espacio para él si queremos desterrar tanta violencia y criminalidad. Él es nuestra paz.

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