Humo y garantes éticos

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Humo y garantes éticos
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Desde fecha tan temprana como julio del 2018, el periódico La Nación apuntó que los garantes éticos del gobierno, entonces de reciente creación, eran ya cosa del pasado.

La figura de los garantes éticos fue un notable invento de la política populista practicada por el PAC, es decir, puro humo. No estuvo nunca claro cuáles eran sus atributos, sus fines o sus medios de acción. Ocurría con ellos como con el tiempo, según la conocida frase de San Agustín: “Si no me preguntan qué es, lo sé, pero si me lo preguntan, no lo sé”.  A la postre, todo queda para el oído y la imaginación de la gradería, porque esa eufónica expresión, garantes éticos, tiene el mismo sonido de un redoble de tambor. 

Están relacionados con otro invento de más larga data, aunque a mi juicio igualmente populista: las llamadas juntas de notables. Estas últimas tienen cierta declinante y desteñida tradición, pero lo de los garantes fue una innovación concebida en la campaña electoral, como medio de refrescar, revestir y excusar, después de cuatro años de advenimiento del PAC, a las mieles del poder, el turbio desempeño ético de diversos sectores del gobierno, algunos tan encopetados que alcanzaban a la más alta jerarquía oficial y partidaria.

El invento, no más entrar en operación, comenzó por desintegrarse y dar tropiezos, como no podía ser menos. Nunca estuvo claro lo de sus atribuciones y el modo de ejercerlas. ¿Qué requisitos de elegibilidad fueron empleados para dar con quienes tenían, parece, una señalada capacidad de denuncia o de reproche; qué causas de inelegibilidad excluían a eventuales candidatos; qué impedimentos sobrevinientes para ejercer el cargo fueron postulados, y por arbitrio de quién?

Es difícil saberlo, aunque cabe imaginarlo. El tema habrá pasado por una criba ética, una política, y otra de oportunidad o mérito. Así, por ejemplo, ¿Convenía a las necesidades del cargo personas que superaran el tamiz social de una irreprochable honorabilidad, o, por el contrario, gente ducha en la mala praxis moral, ajena a toda candidez, capaz de ver las cosas, como a alguien he oído decir, con los ojos del hombre malo? ¿O, en fin, una mezcla de ambas?

Decaídos, hoy día, los garantes éticos hasta su extinción, y a la vista de acontecimientos recientes, que han desnudado en una comisión legislatura la catadura moral de un muy conspicuo exgarante; a mí por lo menos, este tema se me embarulla. Cuando veo la suerte que ha corrido este inédito gesto moralista, hecho para persuadir a la gradería; me vienen a la cabeza, expresiones coloquiales como, por ejemplo, aquello de “hecha la ley, hecha la trampa”, o bien, “quién mete al diablo repartiendo escapularios.”

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