Discurso del presidente de la Asamblea Legislativa, Rodrigo Arias Sánchez, en la clausura del Consejo Directivo de la AIR, llevado a cabo en San José, Costa Rica

Durante estos días, San José ha sido más que anfitriona: ha sido símbolo. La designación que ustedes han hecho como Capital de la Libertad de Expresión de las Tres Américas para este encuentro es motivo de orgullo, pero también de responsabilidad.
Porque Costa Rica no tiene ejército, pero tiene palabra. No tiene misiles, pero sí micrófonos abiertos. No tiene tanques, pero sí tribunales independientes.
En este pequeño país del centro del continente, hemos aprendido que defender la libertad de expresión y prensa es defender también la libertad política, la justicia social y el alma misma de la democracia.
Sin embargo, mientras nos honramos con ese lema generoso, no podemos ignorar que la libertad de prensa en nuestra región, y también en nuestro país, enfrenta peligros concretos y urgentes.
La historia latinoamericana está plagada de ejemplos de democracias erosionadas no por la fuerza de las armas, sino por el deterioro paulatino de sus instituciones.
El populismo autoritario ha aprendido a disfrazarse de mayoría, a presentarse como voluntad popular mientras arrasa con los contrapesos y silencia las voces críticas.
Su estrategia es conocida: primero se apoya en los medios afines para amplificar su relato, luego busca doblegar a los que le incomodan. Si estos no ceden, los persigue, los desacredita y los asfixia.
En Costa Rica, el más reciente informe del Instituto de Prensa y Libertad de Expresión (IPLEX) enciende las alarmas: 32 alertas registradas en 2024, 40 víctimas documentadas y una mayoría de agresiones provenientes desde el propio Poder Ejecutivo.
La intolerancia se manifiesta en múltiples formas: restricciones al acceso a la información, descalificaciones públicas, uso discrecional de recursos estatales, y una retórica sistemática de desprecio hacia los medios independientes.
Frente a esto, conviene recordar las palabras del presidente John F. Kennedy:
“Quienes cabalgan sobre el lomo del tigre para alcanzar el poder, acaban dentro de él.”
Una advertencia clara contra quienes creen que pueden manipular a la prensa como instrumento de propaganda sin pagar el precio de su propio descrédito.
Porque la prensa libre puede ser incómoda, pero es indispensable. Sin ella, la democracia no respira; apenas sobrevive.
Por ello, resulta inaceptable que se utilicen mecanismos como el otorgamiento de licencias o el uso del espectro radioeléctrico para premiar la sumisión o castigar la disidencia.
El espectro es un bien público que debe gestionarse con criterios técnicos, con seguridad jurídica y con plena transparencia, tal como nos aseguramos en el artículo 29 de la Ley de Telecomunicaciones que negociamos en la segunda administración Arias Sánchez; garantizándole a los concesionarios mantener los derechos consagrados en la Ley de radio.
Porque dejarlo al arbitrio del poder político equivale a entregarle las llaves del debate público a quienes solo aceptan el aplauso y no toleran la crítica.
La seguridad jurídica no es una abstracción legal. Es una condición esencial para que los medios puedan operar con independencia y ejercer su labor sin temor a represalias. Y esa seguridad solo se garantiza cuando las reglas son claras, predecibles, y aplicables a todos por igual.
Ya lo advirtió el reconocido jurista italiano Norberto Bobbio:
“Existen democracias más sólidas o menos sólidas, más vulnerables o menos vulnerables; hay diversos grados de aproximación al modelo ideal, pero aun la más alejada del modelo no puede ser de ninguna manera confundida con un Estado autocrático…”
La línea divisoria es delgada, pero crucial. Un Estado autocrático no nace de la noche a la mañana. Se instala silenciosamente. Comienza por deslegitimar la crítica, continúa con ataques sistemáticos a los medios, a las instituciones, a las empresas, a las personas, y culmina suprimiendo derechos.
La censura rara vez entra por la puerta principal: a menudo se disfraza de eficiencia, de orden, o de supuesta rectificación moral.
Por eso, la defensa de la libertad de expresión debe ser firme, coherente y sin concesiones. Porque quien hoy calla ante el atropello a un medio con el que no simpatiza, mañana no tendrá quien lo defienda cuando el silencio se imponga por decreto.
La reciente reunión de medio año de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) confirma que estas no son exageraciones.
En su informe, la SIP documenta diez asesinatos de periodistas en el último semestre. A ello se suman desapariciones, amenazas de muerte, espionaje, bloqueos y acoso judicial. En 14 de los 24 países evaluados, se constató un ambiente de hostilidad estatal contra el periodismo.
Por primera vez, Costa Rica ha sido clasificada como un país con restricciones relevantes a la libertad de expresión.
Este tipo de clasificaciones duelen. Pero más duele la indiferencia con la que a veces se reciben. La prensa libre no necesita halagos: necesita garantías. Cuando estas se erosionan, lo que está en juego no es la dignidad de un medio, sino el derecho del ciudadano a estar informado.
En esta lucha, las instituciones tienen un papel insustituible. Y la Asamblea Legislativa, como primer poder del Estado, tiene el deber de actuar como garante de esos derechos.
Desde aquí, reafirmamos nuestro compromiso con una radiodifusión libre, plural, profesional y valiente. Con medios que puedan fiscalizar sin temor, y con periodistas que puedan incomodar sin ser perseguidos.
Agradezco profundamente a la AIR por haber escogido a nuestro país para esta cita. A CANARA, por su liderazgo como anfitriona. A todos ustedes, por traer hasta Costa Rica no solo sus voces, sino también sus causas.
Las reflexiones que se han compartido en estos días no se agotan con este acto. Dejan una huella profunda, y al mismo tiempo nos comprometen.
Porque el desafío de proteger la libertad de prensa no es episódico ni regional: es permanente y universal. Exige coherencia entre lo que proclamamos y lo que practicamos, entre los títulos que recibimos y las políticas que defendemos.
Que San José no sea solamente la capital de la libertad de expresión por un lema, sino por su ejemplo. Que lo que aquí se ha reafirmado se traduzca en garantías concretas, y en un renovado compromiso democrático.
Porque mientras existan periodistas valientes, medios comprometidos e instituciones firmes, ninguna oscuridad logrará sofocar del todo la verdad.
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