Cartas que nunca llegaron: Al hijo no nacido
Presentamos: Cartas del corazón…
Pensamientos y emociones que, durante esta época navideña, nos recuerdan que el amor se manifiesta —y, a veces, se calla— de muchas formas. Historias que hablan desde el silencio, desde la nostalgia, y desde esa ternura que solo diciembre sabe despertar.
Dicen que el amor de madre empieza mucho antes del primer abrazo. Antes incluso de oír el llanto, o de ver esos pequeños ojos por primera vez. Nace en la ilusión, en los nombres que se piensan en silencio, en los sueños que se arman sin saber si algún día se cumplirán. Pero hay amores que la vida interrumpe antes de tiempo. Amores que no alcanzan a nacer, y que, aun así, dejan una huella que dura para siempre.
Esta es una de esas cartas…una carta escrita desde un amor que nunca se fue.
Querido hijo
No hay día que no piense en vos.
Aunque nunca llegaste a ver la luz del mundo, hay momentos en que todavía te siento… en los rostros de los niños que van para la escuela, en las caricaturas que nunca vista, o en ese silencio que se queda flotando cuando cae la noche.
Te imaginé tantas veces. Soñé con tu risa, con tus primeros pasos, con el sonido de tu voz llamándome “mamá”.
Y aunque la vida decidió que no te quedaras conmigo, tu presencia sigue habitando cada rincón de mi corazón.
A veces me pregunto cómo serías hoy. Si tendrías mis ojos o la sonrisa de tu papá.
Si te gustaría la Navidad tanto como me gustaba a mí.
Porque cada diciembre, cuando enciendo las luces del árbol, pienso que una de esas lucecitas sos vos… alumbrando desde otro lugar.
No sabes cuanto me dolió- Hubo noches en que me sentí vacía, en que el silencio pesaba como una piedra.
Pero con el tiempo entendí que el amor no necesita tiempo ni distancia para existir.
Que incluso sin abrazos, sin palabras y sin fotografías, yo sigo siendo tu mamá… porque el amor de madre no se borra, solo se transforma.
Hoy te escribo esta carta, mi pequeño, no para despedirme, sino para darte las gracias.
Gracias por haberme elegido, aunque fuera por un instante.
Gracias por enseñarme que la vida es frágil, y que el amor verdadero no se mide en años, sino en lo que deja en el alma.
Tal vez nunca llegue a enviar esta carta, pero quiero creer que, de alguna forma, me estás escuchando cuando la leo en voz en alta-
Que en ese lugar donde estás, sabés que te amé… y que te sigo amando.
Y aunque no pude acunarte entre mis brazos, te llevo conmigo en cada gesto de ternura, en cada oración silenciosa, y en cada Navidad donde tu recuerdo enciende una luz en mi corazón.
Los comentarios están cerrados.