Un dia en un centro de salud de la Caja Costarricense de Seguro Social

Hace unos días tuve que presentarme de urgencia a la clínica de la Caja en Coronado, por un dolor inesperado e intenso, en el pecho. En ese momento se encienden todas las alarmas y se realiza un recuento de cuándo fue la última vez que se asistió a una cita médica. El susto es como un resorte que mueve todos los mecanismos internos para atender de inmediato miedos y dudas.
Por dicha que existe la Caja Costarricense de Seguro Social, que aunque duré todo el día, entre que me mandaban de una ventanilla a otra, donde algunos empleados como autómatas mostraban sus rostros confusos y conectados a respuestas en automático, sin mirarte mucho a los ojos, asumiendo que los usuarios conocemos el sistema al dedillo. Quizás su trabajo rutinario les haga olvidar que sirven a otras personas, que además están ahí por alguna dolencia y no por gusto.
Al final de la tarde me llegó el esperado momento de ser atendida. En mi caso fue una doctorcita joven Franciny Andrea Ayala Ulloa, a quien le agradedezco su manera tan empática de calmar los nervios ante el tema de salud para la mujer.
Su paciencia para pedir los diferentes pertinentes y exámenes, para aseguarse que todo va bien, con ellos en mano, me examinó y para tranquilizarme se tomó el tiempo para explicarme todo estaba bien. Esta experiencia recuerda la importancia de estarse revisando para prevenir. La mejor medicina es la preventiva.
De esa experiencia no todo fue malo, en la larga espera para ser atendida, hubo momentos nobles y simpáticos. Una señora sentada a la par mía, no sólo me entretuvo con sus historias. Le comenté no haber tenido tiempo para almorzar, y de inmediato su respuesta fue mirar a su bolsa de súper mercado y desde ahí sacó otra de papel con panes dulces.
-¡Tenga, tome uno! Yo no me la juego… mejor siempre traigo algo para comer. Se me olvidó traer agua pero compré un fresquito. -¡Tome, tome, no tenga pena! Asentí con profundo agrademiento. Me lo comí muy a gusto.
También hubo nobles y tiernas escenas. Personas sentadas cediendo su espacio a adultos mayores, niños, embarazadas y con discapacidades. Asintiendo con suaves sonrisas, y extendiendo su mano en acto de hermandad.
Y así pasó un día en un centro médico de la Caja, con un poco de miedo, dolor, risas, atención y solidaridad. Gran bendición es tener a la Caja, ojalá nunca muera.
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