Sí al positivismo del voto

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Sí al positivismo del voto
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Ya oímos a los candidatos  de los más conocidos partidos políticos, y unos y otros han propuesto la necesidad de un cambio para bien del país. No podría ser de otra forma, pues la palabra cambio es la más usada en los últimos años. Cambio en lo político, en las leyes y reglamentos, en las prácticas administrativas, en las pensiones, en la regulación de los salarios, cambios en las convenciones colectivas, en el gasto público, en la adopción de una reforma fiscal, cambio moral, en los préstamos bancarios, en las listas de diputados, en la educación, y cambio en todo cuanto sea posible. Pero todo se queda para después, un después que nunca llega.

Este es el primer  cambio, el más difícil y necesario: un cambio de mentalidad, una nueva forma de ser, un nuevo espíritu cívico y un empeño personal, desde el hogar y la escuela, de ser mejores costarricenses y en crearle al país una tierra fértil, un sustrato edificante, positivo, optimista. La nación no debe navegar en la nube del pesimismo, del no se puede. En esta época electoral debemos repetir muchas veces sí se puede. Sí se puede cambiar.

En política, nadie va a obtener 1.316.000 votos. Por tanto,  no tiene sentido decir más de lo mismo. Al cambio de mentalidad cabe añadirle y recordar el precedente dato numérico. Otro  cambio consiste en buscar el bien de nuestra democracia republicana. Vale decir, primero el amor al país, no el partido político. Está en juego el régimen democrático.

Esta nueva  sensibilidad personal y cívica se vigoriza con el voto, con el sufragio ciudadano, nunca con el abstencionismo. De nada sirve el negativismo de castigar a los partidos políticos, todos dispuestos a la mejora nacional. Si el soberano, el pueblo, exige cambios, habrá cambios.

No dejemos solos a los candidatos presidenciales ni desligados de los votantes, ni tengamos la negativa costumbre de pensar mal de todo y de todos. ¿Por qué negarle apoyo a quien lo pide para defender la democracia? Sigamos el camino de la esperanza, que se consolida con la exigencia perseverante del ciudadano, del soberano, del pueblo.  Este es el único que, constitucionalmente, ostenta el derecho al sufragio.

Finalmente, no cometamos la argucia de pensar que los programas de gobierno son un artificio para cazar votos. ¡No! Son una plataforma para mejorar el país, y debemos hacer saber a los ciudadanos que tenemos un precepto constitucional que brinda a los sufragantes  el derecho de exigirles a los candidatos el buen propósito de cumplir programas de gobierno.

Sí al positivismo del voto, no al negativismo del abstencionismo, que solo sirve para empobrecer la vigencia del régimen democrático y para sustraerse del conocimiento y la solución de los problemas nacionales.

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