Nuestra rosa

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Nuestra rosa
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La educación es la rosa que debemos cuidar, nosotros somos para ella y ella es para nosotros, en nuestras manos se encuentra el desafío de velar por ella diariamente, protegerla de la mala hierba y de los insectos que quieren comérsela a pedazos.

A la rosa hay que amarla no solo por su aroma, sino también por sus espinas, y abrazarla, aunque nos duela. Debemos ser capaces de diseñar una persiana que la proteja del viento y del sol. Hay personas que se satisfacen contando estrellas, botellas o faroles, pues viven de la fantasía, del efímero gozo o del reflejo de sus sombras sobre los adoquines. Nosotros no queremos esas prácticas, que reflejan la mala inclinación humana del consumo y la vanidad.

Nuestra mirada se dirige a la rosa, abonamos su tierra con la palabra, con el rocío de nuestro canto alimentamos sus pétalos, la preservamos para que nuestros hijos y los hijos de ellos continúen cuidando de ella, pues en esta ética del cuidado, no solamente preservamos su vida sino la nuestra, como comunidad que en medio de la diversidad descubrimos un bien supremo.

Nuestra rosa es la educación, debemos salvaguardarla de extraños viajeros, que quieren construir adoquines sobre los suelos para poder reflejar la sombra de su vanidad con el brillo del artificial mercurio.

La rosa es la educación que abrazamos, aunque nos duela, aunque sus espinas nos infrinjan heridas, la sostenemos con amor, para evitar que la arranquen de nuestro suelo.

Vienen reyes que anuncian la llegada de las condiciones necesarias para erigir el camino del progreso y elevan faros en medio de desiertos, áridos terrenos donde los peregrinos hambrientos y sedientos sobreviven entre espejismos.

Esos mundos posibles son los que no queremos en aquí en nuestra tierra. Por eso marcharemos espantando a los esbirros que quieren tomar uno a uno los pétalos de nuestra rosa.

Nuestra rosa es la educación, ella es todo para nosotros y nosotros somos todo para ella. Que nadie nos la arranquen de los suelos, no nos cansaremos en rechazar sus adoquines, sus botellas y sus faros en los desiertos. Nosotros nos entregamos a ella, aunque nos digan necios, aunque sus espinas nos duelan, aunque los que viven de los espejismos no nos entiendan.

Si alguien pregunta algún día ¿Quiénes son esos locos?, Díganles: son simplemente, maestros.

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